“Le recordamos que, según nuestros archivos, la Inspección Técnica de su vehículo, matrícula XX-0000-X, caduca el día dd/mm/aaaa, por lo que, le recomendamos lo presente a inspección antes de dicha fecha, evitando de esa forma, posibles sanciones”.
A ver quién es el guapo que no hace caso a la carta que te envían de la ITV ¡Pero si sólo hace un año que la pasé! Otra vez a pasar el exámen.
Si no es que me moleste. Estoy a favor de que todos los vehículos circulen en las mejores condiciones posibles en aras de la seguridad de todos. Es por lo mal que lo paso. Es como si me estuviese examinando de nuevo para sacar el carnet de conducir. ¡Después de tantos años!
Como la ITV está a unos cuantos kilómetros, en el trayecto voy repasando mentalmente cómo la pasé el año anterior: dejar el coche en su sitio, que luego siempre hay un listo que se cuela, ir a la oficina a pagar, después pasar por el túnel del analizador de gases, el túnel de pruebas y para casita. Fácil –.
Llego a media tarde y sólo hay dos coches delante de mí. Bien. Me acerco y dejo el mío en la fila. Cojo los papeles – la carpeta completa – y voy hacia la oficina.
– Buenas tardes. Saque el permiso de circulación, la tarjeta de inspección técnica y el DNI — me espeta la señorita de la oficina con una rapidez infinita fruto de haberlo dicho mil veces en las últimas jornadas.
– ¡Madre mía! ¿el permiso de circulación? ¿querrá decir el carnet de conducir? — Por si acaso, y para no parecer memo, distribuyo sobre el mostrador el conjunto de documentos que van en la carpeta y que no he vuelto a ver desde la revisión pasada, es decir, desde hace 365 días. Bueno, 366 que el año pasado fue bisiesto.
– A ver… turismo, gasolina, revisión periódica….. — va repitiendo por lo bajo como justificando el palo en euros que me van a soltar de un momento a otro. — Bien, son tantos euros – He notado cierta lástima en su mirada. Como si presintiera lo que iba a ocurrir a partir de ese momento.
Vuelvo a mi fila y veo que ya no tengo a nadie por delante. El técnico del túnel de gases me hace una señal para que avance y le hago caso. Bueno, lo intento. De momento el coche no arranca a la primera. ¡Qué momento más inoportuno para calarse! Después de dos intentos más consigo que el motor obedezca.
– Buenas tardes, deje el motor en marcha, punto muerto, freno de mano, abra el capó…– y no sé cuántas cosas más me dijo que no acertaba a entender. Qué manía tiene la gente de darte un montón de órdenes sin mirarte y dando por sentado que oyes todo lo que te dicen.
Con los nervios del ridículo del fallido arranque ya no eres tú. No estás seguro de cómo se pone el punto muerto, se te olvida poner el freno de mano y el capó… ¡ay el capó! ¿cómo se abría? ¡Si la palanquita estaba aquí – buscando debajo del volante – pero ahora no está!
Es cuando el técnico te cataloga en ese listado secreto que tiene donde clasifican a los que pasamos por allí: los normales, los listillos, los torpes, los despistados y los ¡vaya tela!. Creo que me ha encasillado en los del último grupo. En ese momento me pide con cautela que me baje del coche, que le deje a él.
No acierto a abrir el seguro de la puerta, pues me he liado con los papeles que llevo de la mano, el móvil, la botellita de agua… y, para colmo, se me ha enganchado el cierre de seguridad de la hebilla del cinturón.
Mal vamos. ¡Este año verás como no apruebo!